Puede haber sido el destino lo que hizo que nuestras vidas se entrelacen en un encuentro que resonará eternamente, como el crujido de esa banca que se rompió cuando conversamos por primera vez. Fue un día en donde los astros se alinearon, nuestras energías se entrelazaron y, sin saberlo, se sembró la semilla de un amor que podría crecer para florecer en el jardín de nuestros corazones.

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Luego de un tiempo, tuvimos la suerte de volver a vernos, bailar juntos y darnos un beso que fue eterno. En el caos de aquel momento, entendimos que nuestras almas se complementaban, encontramos una pequeña llama de armonía, un lugar cálido y seguro en donde estar, un amor bonito y sin igual. 

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Esa llama se fue expandiendo a lo largo de estos cinco años juntos y ha crecido como una hoguera ardiente, que casi siempre se ha mantenido fuerte; y cuando ha bajado, nos hemos encargado de poner un poco más de leña. Con el fulgor del fuego y la resiliencia de nuestro amor, se ha quedado encendida una brasa al rojo vivo, que hoy se materializa en nuestro segundo matrimonio, el eclesiástico.

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Ahora, podemos decir que nuestros corazones rebosan de alegría y miramos hacia el futuro con la certeza de que nuestras vidas están a punto de transformarse para crecer juntas. Estamos listos para ser compañeros en esta danza, a sostenernos en los giros de la vida con la misma fuerza y firmeza con la que nos sostuvimos de la mano cuando nos caímos de aquella banca esa primera vez.